En el arte de comunicar, algunos hablantes del español emplean palabras extranjeras innecesarias para construir los escritos o la oratoria, sin importarles si los receptores pueden o no entender esos términos o mensajes. La fuente de este despropósito puede hallarse en la moda, la pedantería, la soberbia, las ínfulas, el esnobismo, la mercadotecnia, el desinterés por el castellano, el desconocimiento de la lengua, la falta de lectura, y los irrefrenables deseos de aparentar, mandarse la parte, o sobresalir a expensas del que se encuentra en el extremo del proceso de la comunicación: El otro.
Una joven entra a una tienda de ropas de moda y le pide a la vendedora si puede ver una prenda; luego se produce el siguiente diálogo:
Vendedora: ¿Tu talle es small?
La chica: No… no te entiendo.
Vendedora: Si tu talle es small…
La chica: No entiendo… no te entiendo porque me hablás en inglés.
Vendedora: Pero… entonces… ¿Cuál es tu talle?
La chica: Mi talle es ‘S’.
La presunta compradora sabe que su talle es ‘S’, pero desconoce que esa letra en el comercio textil es la abreviatura del término inglés small. Esta zancadilla lingüística, que recibió la receptora, ocurrió porque la vendedora no utilizó una palabra castellana, una palabra más simple, más lugareña. Esas palabras locales que la mayoría de los hablantes conocen y que siempre son mejores amigas para la comunicación que una forastera, una desconocida, o una extranjera innecesaria, mal pronunciada por quienes desean darle prestigio y pasaporte nacional.
Diario Río Negro. Por una ley de talles para la ropa. 30.5.2008.
Pero los usuarios no los únicos que hablan con anglicismos, galicismos, italianismos y otros términos foráneos, ajenos a nuestro caldero español. A los funcionarios también les fascina hablar difícil y expresarse con extranjerismos y partículas del ámbito de la mercadotecnia. Así, por ejemplo, el subsecretario de Emergencias, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Néstor Nicolás, explicó durante una entrevista en Radio Continental, las tareas de reparación que el departamento a su cargo realizó en las calles, luego de los destrozos que dejó una tormenta de granizo en ese conglomerado urbano: ‘En el transcurso del día todos los temas mayores van a ser resueltos. Nosotros hacemos una clasificación, un triage, digamos, de los incidentes y aquellos, los que provocan mayor tipo de inconvenientes, o trastornos, son los primeros en ser resueltos […]’.
Como habrá notado, triage, no es un galicismo necesario, reconocido y dominado por la mayoría de los hispanohablantes de la Argentina. Su empleo fue redundante, superfluo, y se convirtió en un estorbo en la comunicación. No sabemos a ciencia cierta por qué el funcionario agregó en ese contexto una palabra francesa e innecesaria, extraña para el receptor, y no integrada a la lengua de los argentinos. Quizá, la añadió por ínfulas o como un tecnicismo, con deseos de mostrarse como un experto en reparar los daños ocasionados por el vendaval o para que los vecinos permanezcan tranquilos ante estas contiendas de la naturaleza, ya que él ha hecho ‘un triage de los incidentes’.
Con respeto pero a la chacota
La publicidad, es otro de los ámbitos repletos de extranjerismos, neologismos y malformaciones lingüísticas empleadas con el fin de llamar la atención, persuadir, y darle un aspecto nuevo al producto o servicio que se promociona. Los argentinos son muy propensos y profesionales para las imitaciones, y los periodistas y locutores no escapan a las modas, las pedanterías e ínfulas, las cuales toman inmediatamente, y sin tapujos.
En la Radio Mitre de la ciudad de Buenos Aires, la conductora del programa Con todo respeto, Mariel di Lenarda, –que podría ser menos verborrágica mientras hablan sus compañeros- anuncia con histrionismo una publicidad: ¡Chicos tengo regalitos… voucher, voucher, y voucher… le mando un beso a mi amiga… ya que estamos hablando de voucher. Siempre la cargamos que es la chica voucher. […]. Tengo kit de productos […] una fiesta de color para tu casa. Así que tengo el kit para que te lo lleves directamente acá… eh… sin voucher !
Con su vocabulario poco radiofónico, – y atosigado de voucher– la animadora desea demostrarles a sus oyentes su conocimiento y dominio del inglés, al tiempo que muestra la hilacha respecto de la escasa empatía que cultiva como una persona que se expresa en un medio tan oral y fugaz como la radiodifusión. ¿La mayoría de los oyentes saben qué es un voucher, un kit? ¿Existe la necesidad de emplear vocablos extranjeros si nuestro idioma dispone de numerosos equivalentes claros y sencillos, y que la mayoría de los hablantes conocen? Cuando repite voucher atasca la regla básica de adecuación que demanda nuestro español argentino y pone al descubierto su limitada competencia comunicativa.
Se supone que los medios de comunicación, además de informar, comunicar, entretener, y emitir opinión, conllevan ‘educación’. La conducta de la conductora Mariel Di Lenarda –y de todos aquellos periodistas y comunicadores que abusan de los extranjerismos innecesarios- es reprochable. Y motivo de corrección, porque quien desempeña labores en una radio debe saber que su público es altamente heterogéneo, con personas de distintas edades e instrucciones educativas; que se dirige principalmente a un usuario del español estándar; que su receptor es un oyente, no un lector; que los medios funcionan como custodios del idioma; que los locutores o periodistas deben expresarse bien porque sus formas de hablar y contenidos influyen en la comunidad; y porque la radiofonía es sinónimo de empatía.
Los insertos de la administración
Otro de los lugares donde habita la despreocupación por El otro, es la administración pública. Allí, la burocracia, el desinterés, la pereza, y el desconocimiento de un lenguaje administrativo simple y llano, conspira con la comunicación de los miembros de la organización, y principalmente con sus receptores más valiosos: los contribuyentes, vecinos y ciudadanos.
En las oficinas no solamente reina la costumbre de escribir y cumplir, sin importarles si esos mensajes podrán ser decodificados por sus destinatarios, sino la manía de utilizar anglicismos, galicismos, italianismos, germanismos, frases latinas, latinismos, circunloquios, tecnicismos, y neologismos, que entorpecen la información y la comunicación.
Pese a que los documentos oficiales de una institución pública deben ser legibles a todos los ciudadanos, la mayoría de las veces los papeles públicos están redactados con un léxico intrincado y rebuscado, que demanda un esfuerzo adicional para descifrar el mensaje que la institución quiere transmitir.
Los ejemplos son infinitos, pero veamos un botón de muestra. Una exposición de fotografías de Alemania, patrocinada por el Instituto Goethe, se informa a través del boletín oficial de la Municipalidad de Neuquén: ‘El Instituto Goethe de Buenos Aires pondrá a disposición del Museo […] un número de 15 catálogos en alemán para (la) prensa y publicidad del MNBA de Neuquén y 5 catálogos en alemán adicionales para relaciones publicas y archivo […] Los catálogos de 144 páginas contienen todas las obras de la muestra y serán acompañados de un insert en castellano’.
Las instituciones públicas deben saber que sus destinatarios no constituyen un público selecto, que la comunidad está compuesta por receptores muy heterogéneos. Toda organización del Estado debería tener una premisa en su comunicación institucional: el receptor es el eslabón más importante en el proceso de la comunicación.
Cuando el vecino, el contribuyente o el ciudadano necesitan de un traductor para poder traducir el mensaje del gobierno, se detecta inmediatamente el cinismo, el desinterés, la despreocupación y el desprecio que la institución tiene por el receptor, por el lector, por El otro. El Estado, ya sea municipal, provincial o nacional, debe preservar y defender la lengua nacional, que es la lengua oficial, la herramienta que utiliza para informar y comunicar los actos de gobierno.
Si bien el contexto ayuda a comprender el mensaje, algunas veces no es suficiente porque el vocablo –además de llamar la atención- puede producir ambigüedad en algunos lectores. Hay que tener en cuenta que las palabras adquieren distintos significados según el contexto en que se empleen. ¿Cuál era la necesidad de insertar un término en inglés, cuando el español posee muchas palabras similares, más simples y conocidas por la mayoría de los hablantes?
Scoring: Copiar y pegar
No sólo los usuarios del idioma, los funcionarios, los publicistas y los empleados de la administración pública, abusan de los extranjerismos innecesarios. Los periodistas no están exentos del uso de partículas extrañas que dificultan la interpretación de los mensajes. Para ver una prueba de esta mala costumbre observaremos el tratamiento periodístico que hicieron los diez diarios más importantes de la ciudad de Buenos Aires, sobre una noticia concerniente a la puesta en marcha del ‘Sistema de puntos aplicable a la licencia nacional de conducir’. Se trata de la publicación del Decreto 437 de 2011 en el Boletín Oficial de la Nación, que dispone un ‘sistema por el cual se quita puntos a los conductores que cometan infracciones de tránsito’.
Diario Clarín, Buenos Aires, Argentina.
A raíz de esta información, los citados diarios porteños informaron a sus lectores a través de titulares y cuerpos de noticias redactados con el vocablo inglés scoring. Algunos lo escribieron en redonda, como las palabras españolas; y otros medios lo hicieron en cursiva o entre comillas para diferenciarlo del castellano.
Las volantas y títulos de las ediciones digitales y en soporte de papel fueron los siguientes: Diario Clarín: ‘Reglamentaron el sistema scoring en el registro de conducir para todo el país’; diario La Nación: ‘Se extenderá a todo el país el sistema de scoring en el registro de conductor’; diario La Prensa: ‘En 60 días aplicarán el scoring en todo el país’; diario Tiempo Argentino: ‘En 60 días regirá el sistema de scoring en las licencias de casi todo el país’; diario Página 12: ‘Sociedad. El scoring nacional empezará a regir en dos meses. Descuentos de puntos en todo el país’; Diario Popular: ‘El scoring se extiende a todo el país’; diario El Argentino: ‘Extienden el sistema scoring. Regirá en todo el país la quita de puntos en el registro de conducir’; diario Ámbito Financiero: ‘Se extiende scoring para todo el país’; diario Buenos Aires Herald: ‘National Gov’t fosters BA City ‘scoring system’; y diario La Razón: ‘Ahora el sistema de scoring comenzará a regir en todo el país’.
¿Si el decreto en cuestión no contiene en toda su extensión las palabras inglesas score o scoring, por qué los nueve diarios que se editan en español emplearon este anglicismo innecesario, si el castellano dispone de equivalentes más claros para su reemplazo?
Diario La Nación, Buenos Aires, Argentina.
Consideramos que el medio de comunicación empleó la palabra inglesa innecesaria, por los siguientes motivos: Porque prefirió imitar y estar en consonancia con otros medios; porque prefirió los vocablos que están de moda en la oralidad de los hablantes; porque prefirió la pereza antes que buscar un sinónimo en español; porque carece de correctores de estilo de carne y hueso; porque no posee un libro de estilo sobre la escritura; porque optó por copiar y pegar lo que le envió un gabinete de prensa de un organismo público o una agencia de noticias estatal; o porque consideró que no es relevante construir una redacción clara y simple como lo demanda el formato periodístico de noticia.
¿Es correcto que un medio de comunicación transcriba la palabra extranjera que le envía un departamento del Estado a través de su boletín de prensa o de un correo electrónico? ¿Dónde está la línea editorial o la política sobre la escritura del medio de comunicación? ¿Además, la mayoría de los lectores saben que es scoring?
Esto puede parecer de Perogrullo, pero en los medios de comunicación el empleo de un vocablo y no otro es una decisión política. La premisa parece grandilocuente, pero no lo es, porque el medio no sólo debe expresarse en español, sino que tiene la responsabilidad de hacerlo en forma correcta y con buen gusto con el fin que la mayoría de los receptores puedan entender los mensajes. Con esto no se trata de estar en contra de la diversidad de la lengua o promocionar el purismo en el lenguaje periodístico, sino en desterrar la manía de emplear voces foráneas innecesarias y darle legibilidad y lecturabilidad a las comunicaciones.
Diario La Nación, Buenos Aires, Argentina.
Una editorial debe conocer que los lectores no desayunan ni circulan con un diccionario inglés-español debajo del brazo para desbrozar esas partículas extrañas, que dificultan la lectura e impide al receptor la posibilidad de informarse, construir una comunicación y acceder al conocimiento. Los periodistas deben escribir y hablar responsablemente. No deben, ya sea por moda, esnobismo, o por la simple pereza de copiar y pegar, someter a los lectores a un esfuerzo cognoscitivo indebido e innecesario. Los medios deben entender que con el idioma no solamente se trasmite información y comunicación, sino también, saber. Por tanto deben esmerarse para ofrecer una comunicación exenta de ‘ruido semántico’, no incomunicación.
El otro
El empleo de palabras extranjeras en los mensajes puede convertirse en una trampa lingüística para el receptor. Estos tropiezos pueden ocurrir por varias razones: Porque algunos periodistas no emplean el mismo código que utiliza la audiencia; porque algunas veces en los actos de informar y comunicar, prevalece el entretenimiento o la moda; porque ciertos periodistas creen taxativamente que cuando ejercen el papel de emisor al final de la línea del proceso de la comunicación se halla un receptor, como si se tratara de un acto unilateral, lineal, y estático, sin considerar que los actores de esta estructura no son entes separados, porque el proceso es algo dinámico que debe permitir que el receptor se convierta en emisor y viceversa; y porque ‘la despreocupación por el otro’, pueda ser el resultado de varios motivos: La falta de compromiso, el desinterés por los propósitos de la comunicación, el deseo constante de diferenciarse del otro, el desgano de construir la empatía, el incremento de la individualidad, y el desconocimiento que con El otro se construye la comunicación. Una despreocupación por El otro, que en algunas ocasiones pasa inadvertida ante la abrumadora tecnología digital, los sofisticados sistemas de comunicación, la excitación de la hiperconectividad, el entretenimiento de las redes sociales en Internet, y la cotidiana embestida de la sobreinformación.
El hecho puede parecer zonzo, pero cuando el emisor desestima al receptor, El otro deja de tener importancia y con ello se desvanece y se espanta la conversación, la respuesta, la interacción y la realimentación. Estas conductas desestimadas son imprescindibles para evitar, el traspié en la decodificación, el desprecio por el receptor, el deterioro de la comunicación, el empobrecimiento del lenguaje, el debilitamiento de nuestro pensamiento y de las relaciones sociales y culturales, pilares fundamentales para mejorar nuestra convivencia e idiosincrasia.
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